28 de agosto de 2009

Misturado 4

"Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído" - J L Borges

Agustín Fernández Mallo es un físico, escritor y poeta postpoético que en 2006 irrumpió con la primera parte (me encantó, pero del tipo me descolocó) de la trilogía de la Nocilla Project: Nocilla Dream.
Más que una novela, Nocilla Dream es el principio de muchas novelas hábilmente ensambladas con material documental y propio en una sólida e inesperada docuficción, que opta por la descripción directa de acontecimientos mínimos y le debe mucho a proyectos vanguardistas como el de París de Walter Benjamín (donde seguramente, ya en los años treinta, se inventa el zapping literario). En Nocilla dream, una de las apuestas narrativas más arriesgadas de los útimos años, proliferan las referencias al cine independiente norteamericano, a la historia del collage, al arte conceptual, a la arquitectura pragmática, a la evolución de los PCs y a la decadencia de la novela.
Agustín Fernández Mallo se fija en los outsiders del siglo XXI y sobre todo en la misteriosa conexión entre algunas vidas alternativas y globalizadas que transitan por escenarios de Serie B: rubias de burdel que sueñan con que algún cliente las lleve hacia el Este, ácratas que habitan en extrañas micronaciones, ancianos chinos adictos al surf, un exboxeador de San Francisco que quiere invertir la ruta de Colón a pie, un argentino que vive en un apartahotel de Las Vegas y construye un singular monumento a Jorge Luis Borges… Todos ellos atrapados en la metáfora conductora de los desiertos: un árbol en el desierto de Nevada del que cuelgan centenares de zapatos, un gasolinero en el desierto de Albacete que compone canciones marginales entre los surtidores, y siempre la belleza del vacío, que es al fin y al cabo el árido y sugerente conocimiento científico presente en todas las páginas de este visionario sueño.
Además, escribe en varias revistas culturales, y en el suplemento de la vanguardia me encontré el otro día con una reflexión socioescatológica que aún estoy intentando comprender: esta web vende deshechos de celebrities (caca, pis, uñas, bacterias...). Varias cosas llaman mi atención: tienen certificados de autenticidad, que dicen obtener de cruzar análisis de las muestras con registros médicos de analíticas, etc. (?); en otro orden de cosas, la caca de Jack Black es tres veces más cara que la de R Downey Jr. (tiene su lógica en función del target del mercado); finalmente las bacterias son baratas en general (menos de 10 pavos) pero caras si se asume que suponen un acto de fe extraordinario: no se puede enseñar a las visitas (o para ser más preciso: no verán nada). Creo que se necesita un psicoanalista para darle sentido a este fenómeno en su conjunto, o quizás un humorista judío, pero a partir de este estímulo pueden divagar durante unos 4 minutos si están aburridos ( ¿es una forma de religiosidad pervertida? ¿una crítica social postpunk? ¿o es sólo lo que aparenta: imbecilidad + ley de oferta/demanda?).

Siguiendo con la Vanguardia, aquí encontrarán un artículo extraordinario"El ajedrez, entre la muerte y la vida", de un cineasta catalán, Albert Serra, sobre la última final del campeonato del mundo entre Anand y Kramnik. No tengo ni idea de ajedrez pero me fascinan los ajedrecistas, al modo como me fascina cualquier adhesión religiosa a lo profano (excluyan la web anterior por el momento). Es una lectura con cierta erudición, pero muy viva a pesar de ello; transmite pasión y reflexión de una manera absorbente.
A partir de la clásica distinción de Clausevitz entre táctica y estrategia (para él, la táctica enseña el empleo de las fuerzas armadas en el combate y la estrategia el empleo de los combates para alcanzar el propósito de la guerra) se comprende que en este nuevo mundo, también para el ajedrez, y que podía sustituir al viejo de golpe, el jugador indio sobresalga en posiciones tácticas (aquellas en las que predomina el cálculo y la fantasía infinita y bella del mismo), posiciones éstas en las que las máquinas son insuperables y a las que se puede imitar por inercia y talento; mientras que el ruso, representante del viejo mundo,destaca en posiciones estratégicas, para las que la moderna teconología no sirve, pues no pueden calcularse y sí pueden aprenderse.(Con este poco sentido de la táctica, Kutuzov y Zhukov enviaron a millones de abnegados soldados –ingenuos, hoy–, muchos de ellos inútilmente desde un punto de vista táctico, pero consiguieron in extremis el objetivo estratégico de la victoria final). La lucha entre estas dos aproximaciones y el grado de preponderancia de una sobre otra iba a determinar el resultado final del campeonato.
Sobre cine y psicopatología, he leído con mucho interés y bastante nostalgia (via Frontal Cortex) el artículo obituario en el LA Times tras la muerte de John Hughes sobre los retratos adolescentes de los 80 (The breakfast club y Ferris Bueller's day off; admito que me fliparon en su momento, y volvería a verlas, sobre todo la primera; qué bueno el Don`t you [forget about me] de Simple Minds) y cómo hoy día esos espíritus rebeldes y /o empanados en busca de una identidad serían fagocitados por categorías diagnósticas que poco aportarían a comprender la dinámica de sus momentos vitales. Los 80 tuvieron muchos productos olvidables, pero estos dos iconos son míticos.
Not only do Hughes' movies imply that teens can care as much about romance as about sex, they remind us of a time when you could be odd and be mostly left alone to deal with it. No extreme interventions or psychiatric diagnoses.
[...] Hughes, who left the movie business in the early 1990s because he feared the impact Hollywood would have on his children, should be remembered not just for the way he appreciated weirdness but for the way he normalized it - not with pills but with paisley.

Y luego, en Mind Hacks, sobre el mismo tema:
The monologue that bookmarks The Breakfast Club, with the line "You see us as you want to see us - in the simplest terms, in the most convenient definitions", succinctly captures how society's view of youth changes and yet always stays the same.
For the current younger generation, the simplest terms are mostly taken from psychiatry. This will eventually change and our recurrent anxieties about the young will largely be expressed in the next most convenient definition.

Hablando de audiovisuales y muerte, me estoy puliendo en Agosto las 5 temporadas completas de un clásico que me venía reservando: Six Feet Under (cumple e incluso supera mis expectativas; creo que puede sentarse a la diestra de The Wire). Un diálogo de ejemplo del capítulo de anoche (s04e12; diálogo entre un David post-traumático bloqueado y su padre fallecido):

- (Padre) No lo estás entendiendo.
- (David) No hay nada que entender. Eso es lo que hay que entender. ¿No?
- Oh, no me vengas con esa falsa mierda existencialista. De ti espero algo mejor. El significado está delante de tus narices.

- Bueno, lo siento, pero yo no lo veo.

- Ni siquiera estas agradecido, ¿verdad?

- ¿Agradecido? ¿Por la peor experiencia de mi vida?

- Te aferras a tu dolor como si significara algo, como si tuviera algún valor. Pues déjame decirte que no vale una mierda. Suéltalo. [Hablando solo] Hay infinitas posibilidades y lo único que hace es quejarse...

- Bueno ¿Qué se supone que tengo que hacer?

- ¿Tú qué crees? Puedes hacer cualquier cosa, cabrón con suerte: estás vivo. ¿Qué es un poco de dolor comparado con eso?

- No puede ser tan simple.
- ¿Y qué pasa si lo es?


Este extracto me lleva directamente a mi icono personal favorito de la mejor literatura de autoayuda para combatir la amargura y la queja: Blanco sobre Negro, de Rubén Gallego, otro espíritu lúcido habitante en un cuerpo deforme y superviviente de una infancia de pesadilla...y sin embargo trascendente, vital, esquivando resentimientos y autocompasión, entregado al proceso de vivir (incluso la contemplación de la propia muerte).

Aprovechando la minusvalía como concepto, me adhiero a la reivindicación de Casciari:
En España los que miran pelis con subtítulos son esnobs, eso parece. Y a los esnobs nadie les hace caso. Por lo tanto, voy a permitirme hacer un pedido a todos los sordos que estén leyendo esta página: ¡quéjense, por el amor de Dios! Háganlo ustedes, los sordos, porque los esnobs no somos una minoría atendible. Sería maravilloso que un colectivo de sordos enviara una carta a alguna parte, porque con toda seguridad si lo piden ustedes, los sordos, les harán caso enseguida.

Vivimos un tiempo de extremada sensibilidad con las minusvalías. Aprovechémonos de eso. Al menos hasta que el esnobismo se considere también una incapacidad física, que, como están las cosas, tampoco falta tanto.
That's all, folks.

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