21 de marzo de 2011

La identidad de Mihaileanu

Un periodista le preguntó a Bergman, “¿Usted hace siempre la misma película?”. 
“Es que ésa es mi película, señor”.

Radu Mihaileanu nació en Bucarest en 1958 en una familia judía. Su padre, Mordechaï Buchman, comunista y periodista, al volver de los campos de trabajo nazis, cambió su nombre por él de Ion Mihaileanu para rumanizar su origen judío. En 1980, Radu huye de Ceaucescu en dirección a Francia, donde desarrolla su carrera en el mundo del cine.
Mihaileanu tiene un film primerizo, y otro que se acaba de estrenar en Francia, que aún no he conseguido ver, pero hay tres grandes obras de este tipo, absolutamente recomendables, que sostienen un hilo común:

- El tren de la vida: Durante la Segunda Guerra Mundial y con el objetivo de escapar de los nazis, un grupo de judíos de un pequeño pueblo de Europa del Este organiza un convoy simulando que se trata de un tren de prisioneros que se dirige a un campo nazi. Algunos de ellos, a pesar de las reticencias, tendrán que hacerse pasar por soldados nazis, todo ello para evitar que el pueblo sea exterminado.
La mejor de las tres para mi gusto, por divertida, y por transgresora (¡hacer comedia de la Shoah!). Es como el experimento de la prisión de Stanford en cachondo.

- Ve y vive: Gracias a la iniciativa del Estado de Israel y de Estados Unidos, en 1985 se llevó a cabo una amplia operación para trasladar a miles de judíos etíopes (Falashas) a Israel. Una madre etíope cristiana impulsa a su hijo a que declare ser judío, para que no muera de hambre. El niño llega a Tierra Santa, y como figura como huérfano le adopta una familla sefardita francesa que vive en Tel-Aviv. Pasa la infancia atemorizado de que se descubra su doble secreto, su doble mentira : no es ni judío ni huérfano, sólo sabe quién es su madre.
You told that joke twice - Banksy
Muy bella, íntima, previsible algunos ratos pero honesta igual.

- El concierto: En la era de Brézhnev, Andreï Filipov estaba encargado de dirigir la magnífica orquesta del Bolshoi. Sin embargo, caído en desgracia por negarse a discriminar a los músicos judíos, vive treinta años después como empleado de la limpieza de esa institución. Cuando descubre por casualidad un fax de un teatro de París en el que se encarga la celebración de un concierto en la capital francesa, a Andreï se le ocurre reunir a su antigua orquesta y suplantar al actual Bolshoi para darse una segunda oportunidad.
La más flojilla, pero aún así da caña por todos lados y te atrapa en su divagar, aunque en algunos momentos se le vaya la pinza...La música, extraordinaria.

Algunos críticos dicen que le falta realismo (supongo que son críticos que leen el Anuario de la Política 2003 en vez del Quijote o Cien Años de Soledad); otros, que su técnica no es excelente, tampoco la fotografía es soberbia y de vez en cuando falla el ritmo (y algún que otro agujero de guión). ¿Y qué? No necesita ser perfecto: porque ya es auténtico, honesto. La película de Mihaileanu, su película, es precisamente esa: la identidad, quién es uno a pesar de los envoltorios. La identidad no es un montón de cosas: ni la nación, ni la religión, ni la ideología. La identidad es posiblemente el poder no ser nada, o al menos nace de ahí. La identidad es elegir, o mejor es poder elegir (y eso es algo íntimo, un espacio inatacable): los judíos perseguidos por nazis se trasvisten en SS; el refugiado negro es enviado por su madre a convertirse en un judío huérfano; los rusos desclasados se fingen miembros del Bolshoi. Cada uno busca ser a partir del mismo sitio: se fingen otra cosa para precisamente disociarse de esa mentira con la que juegan, y convertirse íntimamente en lo que ya son: buscadores de libertad, de amor, o de armonía, sin definición ajena. Para Mihaileanu parece haber una idea esencial: la identidad es una libertad privada y responsable que sólo define uno mismo, y lo hace en sus elecciones (hasta el punto que la máxima libertad es la de contradecirse, fingirse, aparentar lo que no se es). Por otro lado, una de las claves de este transvestismo que trasciende es el humor sobre uno mismo, o al menos la convivencia serena con el absurdo (sobre todo el ovejil). 
Nada es sagrado, excepto lo que libremente uno elige para sí que lo sea, y que en cada caso para Mihaileanu acaba más allá de uno mismo:  la Corriente de la Vida, el Cierre en la Devolución del Amor Recibido, la Belleza de la Música. El Yo no es lo que parece ser: es siempre otra cosa, un pálpito profundo sin forma definitiva, un saber íntimo e inefable, una corriente subterránea que puede burlarse de su propio traje y jugar con él.


Anexo: tras  mi eslogan (ponga un Mihaileanu en su casa, su pueblo, su país), les presento otro extraído de cierto folklore local (hay versiones cerca de uno siempre, viva donde viva), que me asaltan en algunos muros de la ciudad. Definitivamente una obra maestra, pero ¿de qué exactamente? ¿Parodia humorística del borreguismo o seria estupidez autocomplaciente? Elijan ustedes mismos...

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