2 de septiembre de 2010

Espías, empatía y Shoah


Leo hoy que Wiesenthal era agente del Mossad: una vez leído parece previsible...y da inicio el encaje algo tangencial y desparramado de varios asuntos que me bullen en las últimas semanas:

Siempre me fascinaron las tramas de espionaje (preferentemente Berlín en la guerra fría y/o dondequiera que el Mossad apareciera), y hace tiempo, espiándome a mí mismo, sospeché que ese interés tuvo mucho en común con mi deriva profesional hacia la psicoterapia. No hay sesión más fascinante que la primera: uno lo desconoce todo (hasta en las derivaciones lo prefiero así) y nada es lo que parece (o sí, vaya usted a saber).
Ayer veía un capítulo (S01E04) de una nueva serie de slow TV (Rubicon) cuyo personaje principal es un tipo que es analista en una agencia de inteligencia americana. Me encanta de esta serie su lentitud, la pausa, la aparente ausencia de un argumento reconocible, y sin embargo simultáneamente el olor a intensidad que subyace, y sobre todo la confirmación de que cierta TV se emparenta cada vez más con la literatura: los diálogos, muy buenos, priman absolutamente sobre la imagen.
Lean estos dos párrafos sobre el trabajo del analista político internacional en busca del mal, y descifren las similitudes (que no equivalencias) y diferencias con la psicoterapia:

"- Cuando saliste de casa esta mañana llevando esa corbata,tal vez tu esposa te detuvo en el umbral de la puerta. Quizás te dijo lo bien que te quedaba esa corbata, lo bonita que era. Aunque estoy seguro de lo mucho que quieres a tu esposa, sugeriría que deberías permitirte desconfiar de su juicio sobre esa corbata. Quizás tiene un buen recuerdo de otro momento en que la llevaste, un vínculo sentimental, o quizás conoce tu colección de corbatas y está contenta de que no eligieses una de las que no le gustan. Quizás ella notó que te sentías un poco frágil; quizás quiso levantarte el ánimo. Imagina por un momento que tú te sientas aquí con nosotros, y te digo lo mucho que me gusta esa corbata. Inmediatamente tendrás una opinión más, pero tú no me conoces. No hay nada personal entre nosotros. No tenemos una historia de amabilidad educada entre nosotros. Ni vínculo emocional. ¿En el criterio de quién confiarías, en el mío...o en el de tu mujer?
El caballero de mi derecha es un inteligente analista. Es experto en conocimiento de patrones, análisis de sistemas, teorías emergentes, pero la verdad es que su mayor activo es que no le conocéis ni él a vosotros. No va a sufrir por tí, ni le incomodarán tus reacciones. Sólo sabe...cómo es tu corbata.
Puedes confiar en él."

"- ¡Nuestra información es incompleta!
- Ésa es precisamente la naturaleza de la Información."

"- Sólo datos y decisiones. Y nosotros para conectar los puntos.
- ¿Y la moralidad? ¿Y los valores?
- No es nuestro trabajo. Los valores son para los políticos, no para los analistas"


Éste último es un debate interesante. Para mí el eje de la psicoterapia no puede eludir la cuestión de los valores (es más, es el centro de la psicoterapia de fondo); algunos sin embargo sienten pavor y los despachan no desde la neutralidad (que es en general deseable) sino desde la asepsia. En ese sentido, pues, no me identifico para nada, pero ya ven el juego que puede dar una de espías.

Por otro lado, el contenido de esa noticia no sólo ha de ver con el espionaje (o el análisis de información, eufemismo más moderno) sino con la Shoah que clama venganza. Y me recuerda que tristemente la Shoah sólo puede elegir entre la venganza/justicia y el perdón, porque aunque tiene la compasión de su lado de forma casi universal, nunca parece poder reclamar la empatía: esa es la maldición del superviviente de la Shoah. Me explico:

-Compasión: la emoción de conexión con el dolor de otro, que nos incita a desear su alivio o mejoría.

-Empatía: el acto global de colocarse en el marco de referencia interno de otro, cognitiva y afectivamente (al menos de manera ideal).

Por ejemplo, uno lee Las benévolas y puede empatizar con el oficial de las SS Maximilian Aue, pero (quizás a causa de lo lograda que está la representación interna) difícilmente sentirá compasión (a mí la náusea me tiene a medias en el libro); pero puede ver o leer El lector y empatizar pero también compadecerse de la ex-guardiana nazi Hanna Schmitz, incluso en la parte central del juicio, encerrada en su ceguera, sin atisbo de conversión. En el otro bando, El Pianista del gheto de Varsovia, o Si eso es un hombre evocan esa compasión desde la página uno, pero sufren asimismo la imposibilidad de la empatía entre otras cosas porque, como Primo-Levi decía, el lenguaje de un superviviente a un campo de exterminio ya no es compartido con el resto de la humanidad: hambre, por ejemplo, ya no significa lo que hambre es para los otros: ¿qué lenguaje habría que inventar para poder comunicar esa experiencia imposible?.

Entonces por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre.

Es hombre quien mata, es hombre quien comete o sufre injusticias; no es hombre quien, perdido todo recato, comparte la cama con un cadáver. Quien ha esperado que su vecino terminase de morir para quitarle un cuarto de pan.


La soledad trágica que anticipaban Primo-Levi y tantos otros era el problema de la supervivencia: ¿quién les iba a creer? Esa realidad tan irreal y monstruosa, esa experiencia inefable, no puede beneficiarse de la empatía, porque es imposible acceder a ese marco interno. Quizás por eso las páginas de tantas memorias de supervivientes hacen comentar a muchos lectores: "¡qué serenidad, qué entereza, qué calma al revivir ese drama!"...cuando posiblemente lo que hay es un ser humano solo, distante, en un planeta lejano e incomprensible.

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