10 de agosto de 2012

Otras crisis

El problema es que cuando estás en crisis no podés hablar de ella. Cuando llega la calma, en cambio, la crisis se convierte en esos insectos disecados después de muertos, y con tus uñas diminutas podés levantar el cuerpo invertebrado, llevarlo al microscopio para ver qué era eso que te había picado tan fuerte, que te había dejado al borde de la baba, con la muñeca doblada a un costado de la cama, medio muerto y pidiendo la hora al juez.

Ahora que estoy en calma puedo diseccionar el insecto. Es así de simple: no somos una leyenda. A mí lo que más me inquieta es la tranquilidad pegajosa que sobreviene después de la tormenta. ¿Qué la trae, por qué olvidamos, por qué sanamos? En medio de la crisis nadie apuesta una moneda por la paz: la crisis parece interminable, sí, porque el dolor está más vivo que uno. Pero después ocurre algo, un ruido interno como el interruptor del motor del agua, ¡trac!, y llega un silencio reparador.

Algunas otras cosas vuelven a tener sentido entonces. Son las mismas idioteces de siempre, las habituales, pero algo las hace resplandecer otra vez después de una crisis: las ganas de escribir, ir a la cancha, dormir con una mujer, jugar al póker. Todo eso ha estado siempre, agazapado a los costados de la crisis. Nunca había desaparecido, es cierto, pero era invisible; o mejor: era poco.

Hernán Casciari - No soy yo cuando me disgusto


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