25 de marzo de 2011

Misturado 10

"Es la economía, estúpido"
Bill Clinton, 1992, carrera presidencial

La macroeconomía es una disciplina fascinante: creo que es la única que supera en esoterismo a la propia psicología, pero son más convincentes en hacer ver que saben de lo que hablan. Como nosotros, no saben predecir pero postdicen un montón. En fin, que en general escuchar una tesis de macroeconomía es como asistir a la revelación de los misterios de Eleusis. Entiendo poco, pero me parece entretenidísimo el dominó de las explicaciones: es una cadena lógica en la que todo está obligado a ser explicado, lo cual produce acabadísimos productos de la imaginación. Un blog que, aunque sigue siendo algo críptico, al menos parece honesto, es el de Antonio Iruzubieta: confieso que no entiendo ni la cuarta parte, pero hace un año estaba cerca del cero, así que progreso adecuadamente; la verdad es que lo sigo con la fascinación de quien escucha swahili por su musicalidad y con la (vana) esperanza de que se le pegue algo. No obstante, con la que cae está bien intentar entender qué ha pasado y qué podemos esperar; ahí van algunas recomendaciones estimulantes:

Inside Job: la verdadera historia de la crisis económica que padecemos. Todo ha cambiado para que todo siga igual. Los máximos responables de la debacle son los actuales asesores de la recuperación: igual estamos en la Edad Media y sin saberlo...En cualquier caso un documental fascinante y de una pedagogía muy lograda. Choriceo sin recato. Aviso al consumidor:  da un poco de miedo y potencia el resentimiento documentado.

El póquer del mentiroso: de Michael Lewis. Los 80. Memorias de un agente financiero en los comienzos del burbujón: es la inspiración natural hecha carne de Gordon Gekko. Divertido pero una confirmación algo pesimista de la inmensa capacidad de la estupidez (y la avaricia) humanas.


Un crack local de la crítica económica muy bien documentado y al que conocí personalmente (excelente tipo) y seguí en un ciclo de conferencias en BCN: Arcadi Oliveres, profesor de economía aplicada de la UAB. Aquí una conferencia del 2010 en castellano. Imperdible y un luchador honesto por la causa de la tasa Tobin.

En relación a las tesis de Arcadi, y a la prioridad absoluta de la (eficiente) lucha contra la pobreza, dos pendientes de publicación inmediata; parecen de los libros verdaderamente revolucionarios, al menos el primero (lean esta ardiente recomendación): Poor Economics, de Banerfit y Duflo; y More than Good Intentions, de Karlan y Appel. Para acabar con algo de esperanza...

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21 de marzo de 2011

La identidad de Mihaileanu

Un periodista le preguntó a Bergman, “¿Usted hace siempre la misma película?”. 
“Es que ésa es mi película, señor”.

Radu Mihaileanu nació en Bucarest en 1958 en una familia judía. Su padre, Mordechaï Buchman, comunista y periodista, al volver de los campos de trabajo nazis, cambió su nombre por él de Ion Mihaileanu para rumanizar su origen judío. En 1980, Radu huye de Ceaucescu en dirección a Francia, donde desarrolla su carrera en el mundo del cine.
Mihaileanu tiene un film primerizo, y otro que se acaba de estrenar en Francia, que aún no he conseguido ver, pero hay tres grandes obras de este tipo, absolutamente recomendables, que sostienen un hilo común:

- El tren de la vida: Durante la Segunda Guerra Mundial y con el objetivo de escapar de los nazis, un grupo de judíos de un pequeño pueblo de Europa del Este organiza un convoy simulando que se trata de un tren de prisioneros que se dirige a un campo nazi. Algunos de ellos, a pesar de las reticencias, tendrán que hacerse pasar por soldados nazis, todo ello para evitar que el pueblo sea exterminado.
La mejor de las tres para mi gusto, por divertida, y por transgresora (¡hacer comedia de la Shoah!). Es como el experimento de la prisión de Stanford en cachondo.

- Ve y vive: Gracias a la iniciativa del Estado de Israel y de Estados Unidos, en 1985 se llevó a cabo una amplia operación para trasladar a miles de judíos etíopes (Falashas) a Israel. Una madre etíope cristiana impulsa a su hijo a que declare ser judío, para que no muera de hambre. El niño llega a Tierra Santa, y como figura como huérfano le adopta una familla sefardita francesa que vive en Tel-Aviv. Pasa la infancia atemorizado de que se descubra su doble secreto, su doble mentira : no es ni judío ni huérfano, sólo sabe quién es su madre.
You told that joke twice - Banksy
Muy bella, íntima, previsible algunos ratos pero honesta igual.

- El concierto: En la era de Brézhnev, Andreï Filipov estaba encargado de dirigir la magnífica orquesta del Bolshoi. Sin embargo, caído en desgracia por negarse a discriminar a los músicos judíos, vive treinta años después como empleado de la limpieza de esa institución. Cuando descubre por casualidad un fax de un teatro de París en el que se encarga la celebración de un concierto en la capital francesa, a Andreï se le ocurre reunir a su antigua orquesta y suplantar al actual Bolshoi para darse una segunda oportunidad.
La más flojilla, pero aún así da caña por todos lados y te atrapa en su divagar, aunque en algunos momentos se le vaya la pinza...La música, extraordinaria.

Algunos críticos dicen que le falta realismo (supongo que son críticos que leen el Anuario de la Política 2003 en vez del Quijote o Cien Años de Soledad); otros, que su técnica no es excelente, tampoco la fotografía es soberbia y de vez en cuando falla el ritmo (y algún que otro agujero de guión). ¿Y qué? No necesita ser perfecto: porque ya es auténtico, honesto. La película de Mihaileanu, su película, es precisamente esa: la identidad, quién es uno a pesar de los envoltorios. La identidad no es un montón de cosas: ni la nación, ni la religión, ni la ideología. La identidad es posiblemente el poder no ser nada, o al menos nace de ahí. La identidad es elegir, o mejor es poder elegir (y eso es algo íntimo, un espacio inatacable): los judíos perseguidos por nazis se trasvisten en SS; el refugiado negro es enviado por su madre a convertirse en un judío huérfano; los rusos desclasados se fingen miembros del Bolshoi. Cada uno busca ser a partir del mismo sitio: se fingen otra cosa para precisamente disociarse de esa mentira con la que juegan, y convertirse íntimamente en lo que ya son: buscadores de libertad, de amor, o de armonía, sin definición ajena. Para Mihaileanu parece haber una idea esencial: la identidad es una libertad privada y responsable que sólo define uno mismo, y lo hace en sus elecciones (hasta el punto que la máxima libertad es la de contradecirse, fingirse, aparentar lo que no se es). Por otro lado, una de las claves de este transvestismo que trasciende es el humor sobre uno mismo, o al menos la convivencia serena con el absurdo (sobre todo el ovejil). 
Nada es sagrado, excepto lo que libremente uno elige para sí que lo sea, y que en cada caso para Mihaileanu acaba más allá de uno mismo:  la Corriente de la Vida, el Cierre en la Devolución del Amor Recibido, la Belleza de la Música. El Yo no es lo que parece ser: es siempre otra cosa, un pálpito profundo sin forma definitiva, un saber íntimo e inefable, una corriente subterránea que puede burlarse de su propio traje y jugar con él.


Anexo: tras  mi eslogan (ponga un Mihaileanu en su casa, su pueblo, su país), les presento otro extraído de cierto folklore local (hay versiones cerca de uno siempre, viva donde viva), que me asaltan en algunos muros de la ciudad. Definitivamente una obra maestra, pero ¿de qué exactamente? ¿Parodia humorística del borreguismo o seria estupidez autocomplaciente? Elijan ustedes mismos...

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18 de marzo de 2011

Tomasín y otros distintos

Pasaba hace unos días por la plaza de San Roque, en mi pueblo, cuando reparé en lo muy especial de la escultura a Tomasín: un señor algo distinto que la inauguró en vida y cuyo mérito fue el mejor posible para una escultura (logro que no igualan ni generales ni salvadores de la patria): el afecto atemporal y muy intenso que el pueblo le tuvo (le tiene). Yo lo recuerdo de mi niñez, pero más recuerdo otros distintos que formaron parte de mi preadolescencia (segunda fase: Yayo y las palomas, Tariro y sus sandalias con calcetines, Mari Paz). Lo de especial viene por el respeto cariñoso o al menos la tolerancia delicada que entonces se dispensaba (casi siempre) a aquellos que no estaban en la normalidad; viendo el busto de Tomasín se me ocurrió que quizás eso sólo puede suceder así de espontáneamente en una comunidad pequeña (por entonces en el casco éramos como 5000) que sea muy consciente de los individuos y del lugar (de la importancia) que cada uno tiene en ella. Ahora que en mi tercera fase en el pueblo éste creció y se expandió y se llenó de residenciales, me preguntaba si otro Tomasín tendría su busto, pero como foráneo desarraigado necesitaba la mirada de alguien de aquí. Así que propuse a Javi, escritor (entre otras cosas), que me escribiera algo para este blog. Javi entendió a su manera (faltaría más) lo que yo buscaba, y me envió un escrito con permiso a arrojarlo a la papelera de reciclaje si no encajaba. No lo hice por dos motivos: primero, porque me debo lealmente a mi ofrecimiento, y nada más feo que invitar a alguien a casa y hacerle pasar la fregona; segundo y más importante, porque como suele suceder, el resultado es mejor aún que mi intención. En efecto, mi curiosidad local por entender qué hace que Tomasín tenga un busto en una plaza se actualiza, se enaltece y se convierte en una estampa universalizable de comprensión, de aprecio y de valoración, y se demuestra en fin cómo, para cambiar el mundo, también (o quizás sobre todo) vale con cambiar una mirada.

Si hay algo que me fascina de él es ese silencio hondo y absoluto en el que se envuelve. Es como una isla dentro de la isla. No sé qué edad tiene aunque sospecho que rondará los veintitantos pero creo que el tiempo a él ni le inquieta ni le importa.  En ese sentido es todo un privilegiado.  A Javier lo descubrí verdaderamente hace tan solo unos años, cuando me mudé a una casa que está muy cerca de donde él vive con sus padres. Hasta ese momento éramos meros vecinos de pueblo y yo lo conocía someramente al coincidir en  varias acampadas organizadas por los scouts, a los que él pertenecía y con los que yo colaboraba siempre que podía en todo lo relacionado con el medio natural.
Entonces su existencia me resultaba estólida pero cuando pasamos a ser vecinos de calle y nuestros encuentros fueron más frecuentes me sorprendió gratamente su natural bonhomía y la amplia autonomía de la que disfruta a pesar de su notoria incapacidad psíquica, que según he sabido con posterioridad, deriva de una complicación fortuita en el momento justo de nacer. Los tramos sin asfaltar por los que transcurre a veces la vida, que diría el poeta.  
Basta con mirarlo a los ojos, siempre ausentes a pesar de su fijeza, para advertir su discapacidad. Es un niño perenne en un cuerpo que envejece. Ahora lo sé a ciencia cierta por su discurso, falto de madurez y de coherencia y por su voz aún aflautada que surge de un hombre ya en sazón, y que en ocasiones, mientras habla cosas triviales con algún vecino, entra en mi casa, delgada y sutil, por los intersticios de la puerta.
Hace unos meses coincidimos mientras estaba cada uno en su azotea. Él permanecía acodado en la cornisa de la fachada, mirando el paisaje que se abría hacia el poniente. Lo llamé, pero no respondió. Volví a llamarlo y continuó en su ausencia, absorto, indiferente a mi presencia. Sé que me oyó pues la distancia entre ambas cubiertas es de apenas unos metros. No sé porqué pero en ese momento, mientras él observaba quedamente el paisaje, pensé en las gárgolas de Notre Dame, que acodadas en la balaustrada de la catedral otean desde el medievo la extensión ya sin límites de París. He de reconocer que me embelesó su contemplación y aquel silencio de burbuja que decidió establecer entre él y el mundo exterior mientras sucedía un bellísimo atardecer. Ahora no hay semana que suba a la azotea y lo busque y lo descubra en esa posición, en su rincón orientado al atardecer, deleitándose siempre ante el mismo paisaje de tierra, luz, cielo y mar. Ahora cuando suceden estos encuentros, mientras desdoblo y expongo la ropa al soplo necesario del alisio, ralentizo la tarea y lo observo porque su silencio y su contemplación me fascinan y me sosiegan.
Ayer, entre una aglomeración confusa de sucesos y de gentes lo vi en el parque, empleado como jardinero, con el peto verde y unas botas enormes, mientras recogía con otros compañeros de igual condición las hojas secas que arrancaba el viento de un viejo flamboyán. Luego, de nuevo entre las gentes y los ruidos que convoca cada mañana la insistencia de la rutina, lo divisé ya apartado, solo, sentado entre las lavandas con un pequeño rastrillo que sostenía inconsciente entre sus pies. Estaba profundamente callado entre el fragor de un mundo que gira y gira sin parar y sin esperar, entregado a sus elucubraciones, como lo haría un monje cartujo en la celda solitaria de su monasterio. Lo llamé y, como esperaba, ni se inmutó ante su nombre y mi voz, pero he de reconocer que al verlo allí, tan callado, pensé en lo necesario que es el silencio hoy en día para sobrevivir.
Javier Estévez 


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12 de marzo de 2011

El salto mortal de nº 5

Hace unos días en Mind Hacks se comentaba un reciente artículo de Time sobre la actualización del estudio del proceso de duelo: ya no se sostienen los estadios fijos de Kübler-Ross, (hace tiempo, no es noticia, aunque otros hablan de fases solapables etc.; más pertinente es la crítica de que se mantenga la opinión mayoritaria de que el duelo ha de ser trabajado, elaborado (p.e. J W Worden: el tratamiento del duelo, una referncia en castellano), lo cual tampoco parece sostenerse). Vamos, de nuevo lo de ca uno es ca uno y cuidado con ir salvando a la gente a la fuerza.
Un metanálisis reciente del mes pasado en Clinical Psychology Review (The prevention and treatment of complicated grief: A meta-analysis), ahondaba en la puesta al día del duelo complicado señalando que si bien el tratamiento psicoterapéutico es efectivo, las estrategias preventivas son por lo visto estériles (lo cual es un tirón de orejas a considerarnos necesarios antes de serlo, que es otro error distinto).
En una vuelta de tuerca al asunto, aparece en escena un señor que no conocía (imperdonable, intuyo) que se llama Wakefield (coautor de un clásico que no he podido conseguir aún del sr google; seguiré intentando: The Loss of Sadness How Psychiatry Transformed Normal Sorrow into Depressive Disorder ) y en cuya web de la NYU se describe así:
 Rejecting both the anti-psychiatric critique that holds that there is no such thing as mental disorder other than as a label for socially disvalued conditions, and the standard psychiatric position that any well-defined syndromal set of symptoms can define a disorder, Dr. Wakefield argues for a middle ground position in which the concept of a physical or mental medical disorder is a hybrid value and scientific concept requiring both harm, assessed according to social values, and dysfunction, anchored in facts about evolutionary design. Unlike the anti-psychiatric view, the "harmful dysfunction" analysis offers a position from which to mount meaningful criticism and detailed suggestions for improvement of standard psychiatric diagnostic criteria based on assumptions about disorder that lie at the foundation of psychiatry itself.

Hace unos años, Wakefield, bajo estas premisas, denunciaba en el Archives que no sólo el duelo no complicado (vamos, el de toda la vida) es ejemplo de cómo el malestar emocional intenso puede ser no-síntoma / no-trastorno, sino que ambicionaba extender esa contextualización nosológica del malestar en otros tipos de pérdidas. En otras palabras: salir de la sospecha casi delirante de que todo malestar emocional es patología y recuperar la presunción de inocencia, o al menos la necesidad de contextualizar para comprender y valorar antes de etiquetar. 
Ahora, leo en Neuroskeptic, Wakefield está argumentada y articuladamente cabreado porque el puñetero ha revisado el criterio de exclusión para la depresión por duelo y confirma que bajo el vetusto y simplón dsm III-R (tosco, sí) de exclusión más restrictiva que el dsm IV, se diagnosticaban como duelos complicados (depresión) vs no complicados menos casos (45 vs 80%; menos patologizante) y además esa distinción con los duelos digamos normales era más acertada (identificaba mejor realmente los cuadros que finalmente suponían gravedad bajo criterios adicionales). Es decir: la nueva versión era un empeoramiento a todos los niveles; se habían lucido (y nos lo habíamos tragado, claro).
Como todo sin embargo puede empeorar, aquí viene el último ingenio creativo del dsm-5, el que va a matar definitivamente mi vínculo: planean sacar del todo el criterio de duelo. Sí: diagnóstico de depresión sin contexto, a pelo. Suma de síntomas y me llevo una. Sutileza llamo yo a esto; psicopatología de garrote. De hecho, recordé que tuve un compañero mir de psiquiatría durante la residencia que defendía precisamente en una sesión clínica que el duelo en queja ha de ser tratado sintomática (y funcionarialmente diría yo) como depresión mayor y convenientemente medicado; no era asunto del profesional a cuento de qué viene el síntoma (o como decía otro ilustre psiquiatra del honorable hospital "¿por qué me cuenta usted su vida?"; graciosísimo, sí: festival del humor).  El mir fue ingresado unas semanas después con un cuadro delirante, y hasta ahora ahí había contextualizado yo, parece que erróneamente, sus digresiones.
Neuroskeptic sacará en breve una segunda parte del post, con extra-rebote argumentado de Wakefield. Permanezcan atentos a sus pantallas: In Wakefield We Trust. Yo, mientras, estoy ya oficialmente de duelo (sin complicarme).
Actualización: gracias a la exquisita y espontánea amabilidad de Nietos de Kraepelin desde Canadá (¿quién dijo que los blogs eran pasatiempos inútiles?), pude acceder a ese round de Wakefield vs nº5: Knock Out, diría yo.

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5 de marzo de 2011

Lecciones de Sanación desde el Voudoutismo

Esto me dio en mano un señor moreno ("¡protesto!: irrelevante" - sí, pero le da más credibilidad) amable aunque algo silencioso que circulaba por mi pueblo (el de este año, al menos) el otro día:


El Maestro Bassane trabaja, al igual que yo, con creencias (y me temo que otras cosas, quizás gallos decapitados según mi incultura televisiva, pero ahí ya diferimos). Sin embargo el Maestro es un Maestro: lo cura todo. "No hay problemas sin solución", dice (y yo, que pensaba que hay muchos problemas sin solución; de hecho creía que la mayoría y que llamamos solución muchas veces a decir que "ése no es el problema, lo define usted mal"; otra cosa es si nos interesa vitalmente andar solucionando problemas). Pero probablemente sólo expreso mi incapacidad; por contra, su amplitud es brutal (y quizás su narcisismo también, aunque es posible que sea en parte necesidad de buscarse la vida, o de maximizar el efecto placebo consustancial a nuestra tarea). Ese etc seguido de cien puntos parece absorber toda la variedad de experiencia humana: qué envidia la maestría del maestro. Por supuesto, su CV es intachable: posee un don hereditario (bendita ciencia genética, lo que se va descubriendo), lo cual tiene la ventaja de convertirlo no sólo en profesional cualificado sino en excelente partenaire potencial (chicas, recojan su ADN); yo, sin embargo, hube de estudiar muchísimo, tanto Ciencias Áridas (psicometría, p.e.) como Ciencias Estériles (casi todas las otras asignaturas) y luego tuve que intentar olvidarlo porque tenía pesadillas, y aún estudio, pero ya de lo que me interesa (igual eso ya no es estudio, sino aprendizaje). Me faltó, por lento de reflejos, preguntar lo de las garantías al 100%: ahí me barre (compartimos mercado y de alguna manera nos dedicamos a actividades paralelas, no sé si a veces solapadas).

Eso sí, donde no pienso claudicar es en el aspecto que a primera vista parece más inocuo de su anuncio: "Resultados en TRES DIAS". Ahí me pongo garrulo, no puedo transigir; ustedes me comprenderán. Sí, ya sé que muchos de mis compañeros (de los tradicionales) anuncian Terapia Breve sin siquiera conocer el objeto, el contexto, la demanda, ni la persona en la terapia (postura tan curiosa como si alguien ofreciera Terapia Larga), pero déjeme Maestro voudoutista (¿existirá esa palabra?) que me niegue, al menos, a decidir de antemano cuánto dura una terapia, a tener que convivir con esa terrible certeza de destino.

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