Es mi último descubrimiento personal (sí, todo el mundo lo conocía, pero a veces voy empanado y llego tarde) en el mundo del periodismo inteligente (ese planeta remoto y casi deshabitado). Este tipo es un crack, en todos los sentidos; de hecho, es adictivo.
Enric González escribe en El País, casi cada día su columnita, y toca temas que van desde la metafísica del martini hasta la génesis de los colores de Boca Juniors o la Juve (anécdotas muy curiosas), pasando por TV, política, economía o lo que le apetezca. Su escritura es puñetera, escéptica, ingeniosa, sólida, más bien concisa, bastante libertaria, y sobre todo un tanto incompleta, lo cual es su mejor cualidad; me explico: te quedas con la sensación de que te ha tocado una tecla que no te habías planteado, pero tampoco va y te la resuelve, sino que te deja ahí, expuesto a tus propias ignorancias y contradicciones, pero inquieto por acabar de entender de qué va eso. Me recuerda a Haro Tecglen, clásico de El País fallecido hace unos añitos, pero igual de rebotado y creativo. Para muestra, un botón, o mejor dos:
Suicidio
La cuestión del suicidio resulta incómoda. El Libro de estilo de EL PAÍS abre su apartado sobre la materia con una frase que aclara bastante poco: "El periodista deberá ser especialmente prudente con las informaciones relativas a suicidios". Prudencia especial, pues, sea lo que sea eso. En el manual interno se asegura también que "la psicología ha comprobado que estas noticias abocan a quitarse la vida a personas que ya eran propensas al suicidio", aunque ni ahí, ni en ninguna documentación a mi alcance, se aporten cifras o estadísticas. Se establece como conclusión que "los suicidios deberán publicarse solamente cuando se trate de personas de relevancia o supongan un hecho social de interés general". Como pueden suponer, la utilidad de estas recomendaciones estilísticas es bastante relativa. En este mismo periódico, pasando de forma olímpica del temido "efecto imitación", se ha hablado del "filosóficamente majestuoso" suicidio de Sócrates y con abundancia de los menos majestuosos, pero sin duda más cercanos y contagiosos, suicidios de Kurt Cobain o Louis Althusser. Es decir, el suicidio, como es normal, aparece en el diario cuando es noticia. No sé si hacía falta tanta "prudencia especial" para acabar en lo obvio. La prudencia sobre el suicidio, compartida de forma más o menos generalizada por todo el gremio, en España y en muchos otros países, impide un debate razonable sobre algo que, a juzgar por lo que de forma vaga dicen los periódicos, constituye un problema social, especialmente entre los jóvenes. El tabú de las drogas se quebró hace ya tiempo, y eso que salimos ganando: disponemos de estadísticas y podemos hablar claramente sobre ello. Esperemos que el tabú del suicidio, cimentado en las creencias religiosas y en un discutible concepto de la privacidad, no dure mucho más. Sobre el suicidio asistido, en cambio, no rige veda alguna. El canal británico Real Lives (Vidas reales), de la plataforma Sky-Murdoch, tenía previsto emitir anoche las imágenes del suicidio asistido de Craig Ewert, un hombre de 59 años que sufría una enfermedad neurológica. La visión del programa nos permitirá seguir hablando del tema mañana mismo.
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Más suicidio
Algunos de ustedes habrán visto cómo murió Craig Ewert. El programa sobre su suicidio (asistido) fue emitido el miércoles por la noche en el Reino Unido, pero las escenas esenciales, las del final, han sido recogidas por los medios digitales y pueden encontrarse en YouTube. Craig Ewert, del que ya hablábamos ayer, tenía 59 años y una enfermedad neurológica que le mantenía paralizado. Decidió acabar con la tortura, como él llamaba a su vida, hace un par de años, en una clínica suiza que facilita asistencia en el suicidio a las personas que no pueden matarse por sí mismas. Entre las reacciones a la emisión, efectuada por uno de los canales de la plataforma Sky (Grupo Murdoch), destaca la de John Beyer, director de una entidad pública británica cuya función consiste en controlar los medios informativos. Lo que dijo el tal Beyer, en desacuerdo con el programa y, supuestamente, con la decisión de Craig Ewert: "Los informadores deberían ser objetivos. De lo contrario, influyen en la opinión pública o inducen a otros sufrientes a seguir los mismos pasos". Una parrafada extraordinaria. Releámosla, por favor: "Los informadores deberían ser objetivos". Tremendo. No existe, afortunadamente, el informador objetivo. El informador debe ser veraz; su simple presencia, su labor de intermediación, convierte cualquier información en subjetiva. "De lo contrario, influyen en la opinión pública". Sensacional. Beyer debería presentarnos a ese medio, que quizá él conoce, que no influye en la opinión pública. Se trata sin duda de un medio muy infeliz. "O inducen a otros sufrientes a seguir los mismos pasos". Exacto. Los medios están, entre otras cosas, para mostrar al público las distintas opciones posibles. Ha habido quien ha hablado de eutanasia. Falso: la muerte de Craig Ewert fue un suicidio. Lo dijo él mismo, la persona mejor informada sobre el asunto. Simplemente, hubo que ayudarle porque estaba paralizado. Ha habido quien ha hablado de muerte digna. Falso. Craig Ewert no quería una muerte digna, sino una vida digna. La muerte es refractaria a epítetos. Como no podía vivir dignamente, Ewert eligió morir.
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