5 de enero de 2011

Si dudas, ¡grita!

Me interesan particularmente dos temas en psicología (y en la vida, ya puestos): la incertidumbre y las paradojas. La primera porque la intolerancia a la misma me parece esencialmente un gran patógeno (o el saberla navegar, una gran fortaleza). Respecto a las paradojas, me rompen los esquemas y las simplicidades (y me mantienen en una conveniente y sana incertidumbre).

Un reciente estudio publicado en Psychological Science (When in doubt, shout!, full aquí) profundiza en las observaciones que Festinger realizó en los 50 sobre sectas religiosas y que inspiraron la muy fértil teoría de la disonancia cognitiva. En ese estudio original, una secta cuyo eje era el inminente fin del mundo aumenta radicalmente su proselitismo después del evidente error en sus predicciones; sin embargo, nunca se abordó experimentalmente si ese aumento era consecuencia de una mayor confianza en la lucidez redentora de la propia secta (una confianza aumentada; ésta fue la teorización seguida por Festinger) o bien una manera de compensar lo contrario (una confianza disminuida). De hecho hay muchas evidencias de que cuanto más confiadamente cree uno en algo, más tendente es a hacer proselitismo.



Pero también es cierto que una confianza en uno mismo amenazada nos empujaría a restaurarla precisamente cerrando filas y defendiendo el fuerte con mayor convicción, incluso propagándola como consecuencia coherente.

Los resultados (con sus peros: muestra universitaria, n mejorable, ítems sui generis, etc.) ofrecen apoyo a las siguientes ideas:
1. Sacudir la confianza de alguien en determinada creencia efectivamente aumenta la tendencia al proselitismo. De forma muy interesante, si previamente esa persona ha podido reforzar y manifestar su identidad en otras áreas, esta relación es mucho menos marcada.
2. Este efecto proselitista es más pronunciado si se genera dudas que si se ofrece apoyo y sobre todo cuanto más central (más importante) es la creencia para la persona.
3. Este esfuerzo persuasivo es más acentuado respecto a aquellos receptores del mensaje proselitista que parezcan ofrecer mayor probabilidad de ser convencidos (ergo mayor probabilidad de "devolver" al dubitativo proselitista una confianza restaurada en su propia identidad).

Es decir: la incertidumbre no sólo es desagradable, sino que las dudas sobre nuestras creencias nos llevan a dudar de nosotros mismos de forma intolerable, en esa tan occidental y parece que inevitable manera de definirnos a través de nuestros pensamientos / sentimientos. Reflexionando sobre esto, hay varias ideas relativas a la psicoterapia: a) antes de hacer temblar las convicciones de alguien hay que asegurarle otros apoyos propios para reducir la sensación de amenaza a la propia identidad (resistencia) a no ser que la pretensión sea precisamente la nada, y 2) cada vez veo más lúcido el uso de técnicas digamos disociativas (tipo sillas, o rol fijo, o mindfulness) para facilitar la experiencia de cada uno de nosotros somos muchos simultáneamente y que nuestra identidad es poliédrica, flexible y polimorfa y ya puestos regulable en volumen.
Por supuesto esto no es nada sorprendente, y si bien no debe asumirse que todo aquel que pretende extender una convicción con detalle y fuerza realmente esconde dudas íntimas sobre su posición, es posible que, como sospechamos, un porcentaje significativo sí (quizás por esto Rouco Varela es tan duro con la homosexualidad; decididamente parece co-explicar el insensato optimismo a los cuatro vientos de ZP). De hecho, observar un debate en política o entre tertulianos muestra que ni dios se deja influir por nadie, cada uno habla sólo para sus simpatizantes, y ni siquiera la realidad tiene fuerza para inducir una reflexión abierta. Y sin embargo, ésa es sólo la caricatura de lo que todos de alguna manera somos, así que al menos es bueno que estudios como éste nos sugieran tomar conciencia.

En otro orden no tan distinto, hay una curiosa observación relacionada con la autoestima: en BPS dicen que según los universitarios USA, un subidón de autoestima (esencialmente  en forma de refuerzo social) es más importante que el sexo. Esto me resisto a creerlo, particularmente aplicado a un cerebro masculino de 20 años, pero al menos no intentaré convencer a nadie. Sólo digo que o se han cargado una de las motivaciones esenciales para ir a la universidad (la de tener un título se está mostrando ridícula en estos tiempos; la de aprender creativamente dejó de tener sentido hace mucho), o se han equivocado quitando el trastorno narcisista del DSM5. O estamos encaminándonos a la extinción; elijan ustedes.

1 comentarios:

laura 13/1/11 16:26  

HOLA!

Soy Laura, de Argentina
encontre tu web a traves de google
y me encanto

te gustaria intercambiar enlances con mi pagina???
yo te pongo en mis sitios de interes
y tu en la tuya

www.saludypsicologia.com.ar

espero respuesta!

MUCHAS GRACIAS!!

laurawepfer@gmail.com

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