17 de enero de 2011

Historias del Padre Basili (II)

(del ídem I)

En una de estas ocasiones, pedimos permiso para hacer un retiro cerca de él, de 3 días, en una ermita pequeña cercana que estaba desocupada. De esa estancia recuerdo sobre todo que era un tipo muy divertido, que repetía las mismas anécdotas siempre (primero me convencí de que era para burlarse de nuestras expectativas, y desmitificar su figura a nuestros ojos; luego sospeché que probablemente era todo más simple: le parecían divertidas y ya, y ese presente continuo le permitía disfrutarlas cada vez, así que para qué otras). Recuerdo también que se cabreaba y reía con absoluta naturalidad, y a veces parecía que simultáneamente. Yo ya estaba seguro de que si buscaba "auténtico" en el diccionario, saldría su foto.

El primer día, en un tono algo molesto e irritable por tenernos por allí pululando, nos advirtió de que no pensaba tolerar que le distrajésemos de su silencio, su meditación y sus rutinas, así que nos avisaría mediante un gong cuando fuera momento de comer y charlar. El Padre Basili no tenía apenas comida (se la traía la gente que pasaba o la reponía en excursiones furtivas a la despensa del monasterio) excepto unas galletas, té y fruta, así que no sabíamos si hacer una comida frugal o ir a la nuestra. Bueno, nosotros no éramos ermitaños, así que finalmente con un camping-gas nos montamos un risotto con chorizo y ajitos cuando el gong nos avisó. Basili, que mostraba una total indiferencia por la comida que pudiéramos ofrecerle, repitió 3 veces: cuando acababa su plato simplemente lo llenaba de nuevo, hasta que no quedó nada. No nos atrevíamos a comer a su ritmo, algo confundidos y cohibidos: peor para nosotros.
El segundo día sacó el tema a media mañana ("pues estaba muy bueno el arroz de ayer") y ya pasó del gong.
El tercer día fue a buscarnos a la ermita con impaciencia:
- ¿Qué tenéis pensado cocinar hoy? Tengo unas ganas de comer...

Una de esas tardes apareció por la montaña un conocido escritor de best-sellers, que recién había llegado de India, donde había conversado con el Dalai Lama; éste le aconsejó que si era de España no podía dejar de conocer al Padre Basili. Así que el hombre se presentó en la cueva (previa cita telefónica) y sacó su repertorio de preguntas sutiles y grandes cuestiones universales (como pretendíamos todos, al menos al principio), pero con ese aire metódico y desinhibido del periodista/investigador. Mientras, bebíamos té, y Basili parecía extraviarse permanentemente en la conversación-entrevista; no se le comprendía bien a veces, y otras daba respuestas inconexas (que invariablemente acababan en sus archirrepetidas anécdotas).
Al final de la tarde, mientras el invitado se alejaba por el camino, Basili nos confesó en voz baja:
- A éstos que vienen buscando sabiduría es preferible darles respuestas absurdas y que no se entiendan; se van contentísimos.
Y le decía adiós con la mano, mientras sonreía.

(continuará)

(Post-post: Una web sobre el Padre Basili, creada y recién enlazada por Victor, aquí).

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16 de enero de 2011

Schwartz 1 - Skinner 0

"Si tienen un motivo para hacer algo y yo les doy otro motivo para hacer lo mismo parece lógico que dos razones son mejor que una y es más probable que lo hagan. ¿Cierto? No siempre. Algunas veces dos razones para hacer lo mismo compiten una contra la otra en vez de complementarse y es menos probable que las personas lo hagan.
Les daré solo un ejemplo porque se nos acaba el tiempo. En Suiza hace cerca de 15 años estaban intentando decidir dónde depositar los desechos nucleares. Iba a haber un referendo nacional. Algunos psicólogos encuestaron a ciudadanos que estaban muy bien informados. Y preguntaron: "¿Estaría usted dispuesto a tener un depósito nuclear en su comunidad?" Sorprendentemente, el 50% de los ciudadanos contestó que sí. Sabían que era peligroso. Pensaron que iba a reducir el valor de sus propiedades. Pero tenían que depositarlos en algún lado y tenían la responsabilidad como ciudadanos. Los psicólogos preguntaron de manera distinta a otras personas. Preguntaron: "Si les pagamos seis semanas de salario al año, ¿estarían dispuestos a tener un depósito nuclear en su comunidad?" Dos motivos. Es mi responsabilidad y me están pagando. En vez de que el 50% dijera que sí, el 25% dijo sí. Lo que sucede es que en el momento en el que se introduce el incentivo se deja de preguntar: "¿Cuál es mi responsabilidad?" y lo que nos preguntamos es: "¿Qué me conviene?" Cuando los incentivos no funcionan, cuando los ejecutivos ignoran la salud a largo plazo de sus compañías en busca de ganancias a corto plazo que generarán bonos masivos la respuesta es siempre la misma. Dar incentivos más creativos.
La verdad es que no existen incentivos que puedan ustedes pensar, que sean lo suficientemente creativos. Cualquier sistema de incentivos puede ser arruinado por falta de voluntad. Necesitamos incentivos. Las personas tienen que ganarse la vida. Pero la dependencia excesiva de los incentivos desmoraliza la actividad profesional en dos sentidos de ese concepto. Las personas que hacen dicha actividad pierden moral y esto causa, a su vez, que la actividad pierda moral."
 
Barry Schwartz, en TED sobre la sabiduría práctica.
 
Aquí el primer capítulo de su nuevo libro.
Y en su última conferencia TED, una idea muy curiosa: comenta que en Harvard, como manera de conectar a los estudiantes de medicina con los valores morales y la empatía en su desarrollo profesional, a los alumnos de tercero se les asigna un paciente...al que siguen durante todo el curso. El mismo paciente: "So the patients are not organ systems, and they're not diseases; they're people, people with lives. And in order to be an effective doctor, you need to treat people who have lives and not just disease". Me recuerda a esta entrada de Doctor en Alaska. En serio, suena una idea muy interesante; me la imagino aplicada a la facultad de Psicología y me gusta. Mucho.

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5 de enero de 2011

Si dudas, ¡grita!

Me interesan particularmente dos temas en psicología (y en la vida, ya puestos): la incertidumbre y las paradojas. La primera porque la intolerancia a la misma me parece esencialmente un gran patógeno (o el saberla navegar, una gran fortaleza). Respecto a las paradojas, me rompen los esquemas y las simplicidades (y me mantienen en una conveniente y sana incertidumbre).

Un reciente estudio publicado en Psychological Science (When in doubt, shout!, full aquí) profundiza en las observaciones que Festinger realizó en los 50 sobre sectas religiosas y que inspiraron la muy fértil teoría de la disonancia cognitiva. En ese estudio original, una secta cuyo eje era el inminente fin del mundo aumenta radicalmente su proselitismo después del evidente error en sus predicciones; sin embargo, nunca se abordó experimentalmente si ese aumento era consecuencia de una mayor confianza en la lucidez redentora de la propia secta (una confianza aumentada; ésta fue la teorización seguida por Festinger) o bien una manera de compensar lo contrario (una confianza disminuida). De hecho hay muchas evidencias de que cuanto más confiadamente cree uno en algo, más tendente es a hacer proselitismo.



Pero también es cierto que una confianza en uno mismo amenazada nos empujaría a restaurarla precisamente cerrando filas y defendiendo el fuerte con mayor convicción, incluso propagándola como consecuencia coherente.

Los resultados (con sus peros: muestra universitaria, n mejorable, ítems sui generis, etc.) ofrecen apoyo a las siguientes ideas:
1. Sacudir la confianza de alguien en determinada creencia efectivamente aumenta la tendencia al proselitismo. De forma muy interesante, si previamente esa persona ha podido reforzar y manifestar su identidad en otras áreas, esta relación es mucho menos marcada.
2. Este efecto proselitista es más pronunciado si se genera dudas que si se ofrece apoyo y sobre todo cuanto más central (más importante) es la creencia para la persona.
3. Este esfuerzo persuasivo es más acentuado respecto a aquellos receptores del mensaje proselitista que parezcan ofrecer mayor probabilidad de ser convencidos (ergo mayor probabilidad de "devolver" al dubitativo proselitista una confianza restaurada en su propia identidad).

Es decir: la incertidumbre no sólo es desagradable, sino que las dudas sobre nuestras creencias nos llevan a dudar de nosotros mismos de forma intolerable, en esa tan occidental y parece que inevitable manera de definirnos a través de nuestros pensamientos / sentimientos. Reflexionando sobre esto, hay varias ideas relativas a la psicoterapia: a) antes de hacer temblar las convicciones de alguien hay que asegurarle otros apoyos propios para reducir la sensación de amenaza a la propia identidad (resistencia) a no ser que la pretensión sea precisamente la nada, y 2) cada vez veo más lúcido el uso de técnicas digamos disociativas (tipo sillas, o rol fijo, o mindfulness) para facilitar la experiencia de cada uno de nosotros somos muchos simultáneamente y que nuestra identidad es poliédrica, flexible y polimorfa y ya puestos regulable en volumen.
Por supuesto esto no es nada sorprendente, y si bien no debe asumirse que todo aquel que pretende extender una convicción con detalle y fuerza realmente esconde dudas íntimas sobre su posición, es posible que, como sospechamos, un porcentaje significativo sí (quizás por esto Rouco Varela es tan duro con la homosexualidad; decididamente parece co-explicar el insensato optimismo a los cuatro vientos de ZP). De hecho, observar un debate en política o entre tertulianos muestra que ni dios se deja influir por nadie, cada uno habla sólo para sus simpatizantes, y ni siquiera la realidad tiene fuerza para inducir una reflexión abierta. Y sin embargo, ésa es sólo la caricatura de lo que todos de alguna manera somos, así que al menos es bueno que estudios como éste nos sugieran tomar conciencia.

En otro orden no tan distinto, hay una curiosa observación relacionada con la autoestima: en BPS dicen que según los universitarios USA, un subidón de autoestima (esencialmente  en forma de refuerzo social) es más importante que el sexo. Esto me resisto a creerlo, particularmente aplicado a un cerebro masculino de 20 años, pero al menos no intentaré convencer a nadie. Sólo digo que o se han cargado una de las motivaciones esenciales para ir a la universidad (la de tener un título se está mostrando ridícula en estos tiempos; la de aprender creativamente dejó de tener sentido hace mucho), o se han equivocado quitando el trastorno narcisista del DSM5. O estamos encaminándonos a la extinción; elijan ustedes.

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3 de enero de 2011

La vida en un pintalabios

Liberación del campo de exterminio nazi de Bergen-Belsen

"No puedo ofrecer una adecuada descripción del Campo de Horror en que mis hombres y yo debimos permanecer durante los siguientes meses. Era tan sólo un terreno yermo, desnudo como un corral de gallinas. Cuerpos sin vida yacían por todos lados, algunos en enormes montañas, otros solitarios o en parejas donde mismo habían caído.
Tomaba un tiempo acostumbrarse a ver mujeres y niños desplomarse mientras pasabas caminando a su lado, y resisitirse a ofrecerles ayuda. Tenías que hacerte a la idea de que el individuo no contaba. Uno sabía que cada día morían quinientos y quinientos más seguirían muriendo cada día durante semanas antes de que pudiéramos hacer algo que tuviera el menor efecto. Sin embargo, no era fácil ver a un niño ahogarse hasta la muerte por la difteria sabiendo que una traqueotomía y algunos cuidados podrían haberlo salvado; se veían mujeres atragantarse en su propio vómito porque estaban demasiado débiles para darse la vuelta, y hombres comer gusanos mientras agarraban un pedazo de pan simplemente porque habían tenido que comer gusanos para sobrevivir y ya no podían apenas reconocer la diferencia. [...]
Fue poco después de que la Cruz Roja Británica llegase, aunque quizás no tenía ninguna relación con ello, que apareció una gran cantidad de lápices de labios. Esto no era lo que queríamos; ansiábamos cientos y miles de otras cosas, y no tengo ni idea de quién había pedido barras de carmín. Ojalá pudiera averigüarlo, porque fue un acto de brillantez genial, pura. Creo que nada hizo tanto por esos internos como los pintalabios. Las mujeres yacían en las literas sin sábanas ni pijamas, pero con labios de un rojo escarlata; las veías deambular sin nada excepto una manta sobre sus hombros, pero con labios rojo escarlata. Vi a una mujer muerta en la mesa postmortem y sujeto con fuerza en su mano había un trozo de barra de carmín. Al fin alguien había hecho algo real para convertirlos en individuos de nuevo; eran alguien, no simplemente un número tatuado en sus brazos. Finalmente podían prestar atención a su apariencia. Esos pintalabios empezaron a devolverles su humanidad."

Extraído del diario del teniente coronel Mervin W Gonin, quien fue de los primeros soldados británicos en liberar Bergen-Belsen en 1945 (fuente: Museo de Guerra Imperial; citado en Existencilism, Banksy 2002).

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1 de enero de 2011

Historias del Padre Basili (I)

En agradecimiento a Miquel y por supuesto a Basili

Hace unos cuantos años, en el 96 ó 97 si no recuerdo mal, conocí al Padre Basili en una cueva habilitada en la montaña sobre el monasterio de  Montserrat. Basili Girbau era un ermitaño benedictino, y llevaba allí desde el 73. Curiosamente, poco antes había regresado a Montserrat desde Tabur, entre Belén y Jerusalén, donde había ejercido como bibliotecario en el Instituto Ecuménico Pontificio. Basili retornaba en busca de la guía espiritual del anacoreta que entonces habitaba ese espacio (la cueva de la Santa Creu), el Padre Estanislau, para encontrarse que éste ¡se acababa de marchar a Belén! (y luego Japón) a vivir en una cueva menos transitada su retiro del mundo en silencio radical (parece ser que decidió que aquello era demasiado concurrido -mucha gente venía a consultarle, a conocerle). Así que Basili se vio con cueva y sin guía, pero con la firme sugerencia del que hubiera sido su maestro de ocuparla.
El Padre Basili, sin embargo, tenía un talante distinto, muy sociable, dado a la broma y el desconcierto. Había viajado muchísimo por Oriente (llegó en el 61 a Palestina tras 42 días de hacer dedo). Hablaba una docena de idiomas, tenía anécdotas divertidísimas, y mostraba una curiosidad infantil y un sano desprecio por la etiqueta.
Mi amigo Miki lo había conocido en su preadolescencia cuando, en una visita del cole y haciendo gala de su hoy diagnosticable TDAH, se aventuró por la montaña y sorprendió al monje hablando con los pájaros. Muchos años después, cuando rozábamos ya los 30, recordó súbitamente (de esa manera completamente ilógica y caída de ninguna parte que es su sello) al Padre Basili, y fue en su busca; le contó que recordaba su hablar con los pájaros y que había pensado que estaba chiflado, pero que quería conocerle (quizás para comprobar si estaba girao o si como sospechaba era un sabio libre sin sentido del ridículo). Allí pues seguía el ermitaño, en su cueva-ermita, y allí me condujo Miquel en su siguiente visita al Padre ("tienes que conocer a este hombre, es el loco menos loco que he visto nunca").
Su cueva consistía en un jergón, una estufita con tetera, unas estanterías bajas deterioradas llenas de libros en idiomas diversos (hebreo, alemás, latín, creo que árabe), un altar torcido apoyado sobre un tocón mal recortado, y lleno de simbologías religiosas variadísimas (siempre en un equilibrio precario; cada vez que pasabas demasiado cerca gritaba - gritaba- "¡¡cuidado!!" y te acojonabas, y entonces prestabas una atención exquisita, y caminabas más despacio, y te volvías muy consciente del ínfimo espacio en la cueva, y de tus movimientos, y de tus intenciones, y entonces parecía que era todo un juego con el que Basili se divertía a tu costa, pero que de paso te despojaba de tus aires urbanos y del deambular como quien visita un museo, y te invadía una actitud reverencial y ciertamente acojonada, porque los gritos del Padre Basili acojonaban, al menos las primeras veces). También había allí un teléfono que le tenía en ascuas ("es curioso ser un ermitaño con teléfono. Hace dos años el abad me convenció de tenerlo en caso de enfermedad o una urgencia, y ahora me es tan útil que se ha convertido casi en una necesidad. El otro día se estropeó y cada rato me daba por comprobar si ya arreglaron la línea. Así somos los humanos: inventamos necesidades sin parar" y se reía fuerte de su condición de eremita con teléfono y de su propia humanidad, con extraordinaria ternura). Cada vez que sonaba (ocasionalmente, por fortuna), Basili daba un respingo y un ¡aah! como si nunca lo hubiera oído o si hubiera olvidado que tenía uno.
Sólo lo traté en unas pocas ocasiones, una de ellas por espacio de 3 días, pero con el tiempo creí entender que el Padre Basili, ante todo un hombre bueno, consideraba cada instante como único, y por ello todo le sorprendía, con una curiosidad infinita: como si fuera un bebé barbudo de 70 años.






No le gusta que le toquen el tema de su relación con el Dalai Lama, aunque todo el mundo en el monasterio sabe que el Dalai Lama le llama por teléfono. Tampoco le gusta cuando se le pregunta sobre la sabiduría. "Averígüalo por tí misma", contesta.


[...] En la radio suena "Las bodas de Fígaro" de Mozart. Es imposible continuar la conversación. El Padre Basili es una entusiasta de la música clásica. Tararea y dirige con sus manos. Para el Padre Basili no existe el concepto de entrevista. Las preguntas de cualquier tipo generalmente le enojan. Entonces, eleva el tono de su voz y respira profundamente, como si pidiera asistencia divina para lidiar con tanta ignorancia. Pero un momento más tarde sonríe. Una sonrisa sincera. 

De una entrevista en Planeta Humano, en 1999.
[continuará]

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