12 de febrero de 2009

Las cucarachas

Casciari es uno de mis vicios reiterativos en internet. Si en Espoiler disecciona con gracia la TV con idem, en Orsai deja perlas de escritor grande (groso, creo que dicen allá), o al menos de los que disfruto (mucho). A veces me da por ahí y me busco algo al azar del archivo. Y me encontré con esta reflexión en forma de divagación algo disparatada que contiene mucha verdad. Ahí va un trocito, pero merece la pena entera.

Cucarachas con termómetro por Hernán Casciari

Dos veces a la semana suena el teléfono en casa, o el timbre, y del otro lado aparece un encuestador. Cada vez hay más y se presentan mejor preparados. Con el tiempo, han aprendido a ser inmunes al NO. Saben minimizar las excusas y están por todas partes, mendigando quince minutos de nuestras vidas. Si un día la Tierra padeciera un conflicto químico que aniquilase todo —plantas, animales, gente— seguirían sonando los teléfonos por la mañana. El encuestador es la nueva cucaracha del mundo.
(...)
Todos los días, en la prensa, en la radio y en los informativos de la tele, hay por lo menos una afirmación categórica generada por el método de la encuesta. A razón de trescientas afirmaciones por año, nos vamos enterando cuántas veces nos masturbamos en promedio, descubrimos que nuestras esposas ya son casi tan infieles como nosotros, y averiguamos un sinfín de cuestiones sobre nuestras costumbres.
¿Todas? No señor, todas menos una.
Hay un estudio sociológico que nunca nos fue revelado, que guardan bajo siete llaves, que esconden como un diamante. Los encuestadores poseen un dato sobre nosotros, un solo dato, que jamás publicarán ni darán a conocer a los medios de comunicación. Tras cartón, es el resultado más exacto que podrían conseguir sobre una costumbre humana, porque es la única pregunta que siempre hemos respondido todos. Absolutamente todos. La pregunta, con variantes de cortesía, es ésta:
—¿Me permite usted que le haga unas preguntas?
En esa disyuntiva no hay opción para el no sabe, ni tampoco para el no contesta. No hay dudas. No existe la posibilidad de la mentira ni de la excusa. En todos los casos, los miles de millones de humanos interceptados en el último año, en cualquier parte del mundo, por teléfono o en persona, hemos dicho SÍ o hemos dicho NO. Y los encuestadores conocen los porcentajes exactos de esta tendencia.
Pasa lo mismo con los móviles callejeros de la televisión. Los informativos le ponen el micrófono a las personas y les preguntan, por ejemplo, si el sueldo les alcanza, o si son felices. Pero no explican los informativos, ni siquiera en letra pequeña sobreimpresa, que la enorme mayoría de los consultados pasa de largo, que sólo hay una minúscula porción de la humanidad que adora ponerse frente a una cámara para responder cualquier cosa, ni tampoco informan que esa raza suele llamarse, técnicamente, los imbéciles.
Es increíble, y también fascinante, que casi nadie distinga esta verdad tan sencilla en el momento de creer o descreer lo que aseguran los medidores de las costumbres humanas.
Los encuestadores conocen, sin margen de error, un guarismo exacto sobre nuestro hábito de responder. De hecho, es el único resultado que poseen sobre nosotros como conjunto absoluto. Todos los demás estudios que publican hasta el hartazgo, día a día, están limitados al pequeño grupo de gente aburrida —o que justo esta tarde estaba drogada— que ha contestado SÍ a la primera pregunta. Y estos serán, como mucho, un 11% de la población mundial (estoy dejando propina).

(...sigue)

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