La felicidad de la experiencia ordinaria
Debido a lo que algunos llaman "adaptación hedónica", nuestros sistemas nerviosos reciclan el placer repetido igual que el dolor: creando nuevos puntos de referencia que hagan que el contraste sea mínimo: al cabo de cierto tiempo de sumar una gran alegría o un gran dolor a nuestras vidas, nuestra línea base se ajusta y nos adaptamos porque la novedad se convierte en inercia, al estilo de lo que nuestro cuerpo hace con el frío o el calor. Es decir, comprarse el BMW de 40000 pavos nos generará unas dos semanas de placer al conducirlo a diario, como mucho. Sin embargo, hay evidencias cada vez más frecuentes de que ese termostato de felicidad es regulable al alza si lo incrementamos de poco a poco, en cantidades mínimas pero regulares. Es la base del kaizen, o de los ejercicios de gratitud y amabilidad en terapia (y me temo que de la gota malaya también): lo ordinario vence a lo extraordinario. Por otro lado, otra sugerencia proviene de la constatación de que la experiencia proporciona más felicidad que la tenencia: más de lo que experimentamos y compartimos que de las cosas.
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