No se puede, no
HABIA UN ERUDITO CONFUCIANO que estaba viajando a la capital desde su ciudad natal. Cuando se hallaba atravesando una zona tranquila y poco frecuentada por los viajeros, un grupo de bandidos le robó su dinero, su caballo y su carruaje.
El erudito continuó su viaje a pie como si nada hubiera sucedido. Los ladrones se sorprendieron de que su víctima no diera muestras de decepción ni dolor, así que lo alcanzaron de nuevo y le preguntaron: «La mayoría de las personas quedan desoladas cuando pierden sus posesiones, pero no tú. ¿Por qué?»
El erudito les respondió: «Un hombre virtuoso no está apegado a sus posesiones. Además, no satisfacerá sus necesidades tomando cosas que no son suyas.»
Los bandidos se miraron entre sí y dijeron: «Parecen palabras de un hombre sabio.»
Después, cuando los ladrones tuvieron tiempo para reflexionar sobre ellas, se dijeron entre sí: «Ese hombre sabio ocupará un puesto en el gobierno y enviará a la policía en nuestra persecución. Es mejor que lo matemos antes de que llegue a la capital.»
Así pues, corrieron tras el erudito y le mataron.
Cuando llegaron a la capital las noticias de su muerte, el anciano de la familia dijo a los miembros de su clan: «Cuando caigáis en manos de los bandidos, no actuéis como ese estúpido erudito.»
No mucho tiempo después, uno de los miembros más jóvenes de dicho clan fue a hacer negocios a una de las zonas más remotas del país y cayó en manos de los bandidos. Recordando lo que el anciano de la familia le había dicho, el joven discutió con los ladrones y defendió sus posesiones. Cuando los bandidos se marcharon con su posesiones, el joven seguía insistiendo. Corrió tras los ladrones y les instó a que le devolviesen sus bienes.
Los bandidos miraron al joven y le dijeron: «Te perdonamos la vida y ni siquiera lo aprecias. Eres tonto y una molestia, y tus huellas conducirían a la policía hasta nosotros.» Así que los bandidos mataron al hombre en el acto.
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