* Disclaimer: ante la pregunta de clientes/pacientes sobre qué terapia hago, y ya que asumo que no han de navegar por este proceloso mar de confusiones, más o menos me defino en breve como a) "difícil pregunta" + b) "te resumo: un max-mix cognitivo-conductual, humanista-existencial, o sistémico-experiencial (según demanda, persona, objetivos, circunstancias)";pero acepto que se me está haciendo ya un trabalenguas que no sé si aclara algo a alguien, la verdad...
Dicen que a finales de los 80, la psicofarmacología recibió un impulso definitivo al estrellato a base de escuchar al prozac y similares: la conclusión fue que la inmensa mayoría del DSM se ha acabado suponiendo tratable via ISRS y primos. De ahí a la actual expansión a psicopatologizar la vida cotidiana, hay sólo un paso lógico para cualquier estudiante de marketing: si tienes el producto, crea la necesidad, y si puedes, universalízala.
Aparentemente, la psicología necesitaba ponerse a la par: formalizó, empaquetó y vendió la terapia cognitivo-conductual siguiendo caminos paralelos. La mercantilización en masa se impone como criterio más o menos evidente. Se dirá que si bien un laboratorio necesita vender sus moléculas patentadas, ¿qué necesidad hay de vender un tipo específico de psicoterapia? ¿por qué no vender simplemente psicoterapia?
La respuesta, una vez más, se recoge en la psicología del consumo de masas: el producto ya no se puede vender sin más, hay que dotarlo de un envoltorio agradable, fácil, simple, hay que
macdonalizar la psicoterapia. No obstante, y ya que estamos expandiendo mercados, hay que
microsoftearlo también (es decir: creemos un monopolio que centralice y gobierne toda nueva aportación, hagamos un
trademark ® que se convierta en una etiqueta legitimadora por sí misma, creemos un mercado cautivo).
Puede parecer una divagación (lo es) conspiranoide (no lo es: creo que nace más de una autojustificación por ansiedad que de una manipulación en frío) granhermanoide (no lo es: al final la gente siempre es un poco más lista de lo que los mercados -o políticos, o programadores de tv- creen; miren si no las tasas de adhesión a antidepresivos o a terapeutas rígidos de protocolo). Pero esto es lo que me aparece en el coco cuando leo un artículo en al último Annual Review of Clinical Psychology (por cierto: qué difícil se pone conseguir passwords piratas, qué pesaos son con sus inútiles barreras de pago - ¿pagará alguien 32$ por un artículo de estos pavos? Definitivamente me quedo con los blogs). El mencionado se titula
Open, Aware, and Active: Contextual Approaches as an Emerging Trend in the Behavioral and Cognitive Therapies, por Steven C. Hayes, M. Villatte, M. Levin, and M. Hildebrandt. Hayes es conocido por ser un teórico notable de la terapia de aceptación y compromiso. Estos señores (con un notable apoyo entre sus colegas) pretenden que cualquier nueva aproximación terapéutica (aunque consista en redescubrir América) con un mínimo (muy mínimo, a veces) de desarrollo teórico (¿especulativo, incluso?), un manual publicado, y un título con iniciales en mayúsculas, son derivaciones genuinas de la venerable terapia cognitivo-conductual, una especie de bastardos con cierto éxito, y deben ser reconocidos como productos del mismo Saber Germinal: Terapia Metacognitiva, Entrevista Motivacional, Activación Conductual, Psicoterapia Funcional Analítica, Terapia
Dialéctica-Conductual, Terapia de Aceptación y Compromiso, Terapia de la Mente Compasiva: todas son hijas del Señor. Es superfluo no conocer los componentes efectivos diferenciales entre estos hermanos. Es superfluo que se eleve un componente o una técnica al nivel de Terapia. Es superfluo que el mismo Hayes señalara hace años (2004) ciertas anomalías del componente cognitivo (parecía ser que lo cognitivo no era necesario en las terapias cognitivas, o que el cambio era previo a la introducción de los componentes cognitivos). Lo que cuenta es que todo vuelve al Tronco Madre, en un círculo endogámico en el que nadie parece querer tener voz propia (con sus propias dudas) o, peor aún, nadie se pregunta qué hay debajo de los nombres. Al final, es como ese rollo de fluoxetinas y fluvoxaminas y paroxetinas y como común denominador: "a usted le falta serotonina"; y todos a gusto. Personalmente me parece más sensata la aproximación de un tal Teanor en Clinical Psych Rev 31 (2011) 617-625:
The potential impact of mindfulness on exposure and extinction learning in anxiety disorders: analítico, curioso, humilde, y más preocupado en entender cómo un componente terapéutico puede facilitar la extinción de las respuestas de ansiedad que en patentar (y vender) la sopa de cebolla.
Una última cosa: Hayes et al han decidido que como bautismo de esta nueva zarza ardiendo, podemos agrupar todas estas terapias bajo un nuevo nombre, la iglesia del futuro:
Terapias Contextuales (¿no lo son todas?). En mayúsculas. No es que sea mala idea, pero ¿no sería mejor dejarlo en Terapias (" a secas", como defiende la
excelente serie de Esteban Laso sobre el fin de las escuelas, muy recomendable) y no empeñarnos en registrar marcas, sino en comprender?.
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